El más grande rockero latinoamericano llega hoy a los 70 años tras una vida donde se hermanan su brillo creativo y sus turbulencias privadas. Aquí, el periodista argentino Sergio Marchi, autor de la biografía No digas nada, descifra las características de su trayectoria, califica de “milagro” sus siete décadas e intenta establecer qué parte de Argentina ha representado Charly García para el mundo.
En un viejo video que conserva su lozanía pese al tiempo transcurrido, Charly García baila en el Estadio Víctor Jara que por aquel entonces se llamaba Estadio Chile. Luce una camisa negra con la palabra anarchy estampada por delante y por detrás. La gente delira y responde a sus movimientos, a sus gestos y a la música. Charly García está presentando Piano bar con la mejor banda que haya tenido: los GIT + Fito Páez y Daniel Melingo. Los chilenos están viendo además a Charly en su mejor momento: el de mediados de los años 80. En ese tiempo, Charly García era la “indómita luz” de esa maravillosa canción llamada “Rezo por vos”, que Luis Alberto Spinetta escribió para que grabaran juntos. No pudo ser, pero esa es otra historia.
En aquel estadio, donde Víctor Jara fue asesinado y torturado con una crueldad que excede los límites de la imaginación humana, Charly opera como un chamán que transforma la energía, y ubicado en aquel 1985 chileno parece un llamado a patear el tablero. Daniel Melingo toca el fraseo de Bancate ese defecto, del disco Clics modernos, y el grupo apura el tranco. García vocifera: “Mutilado, desnutrido, deformado, ojo de vidrio, muestra tu cicatriz”, y la ovación eclipsa el sonido de los amplificadores. Y sigue: “Marineros, maricones, embolsados, bailen la danza de la inteligentzia”. Desconozco que habrán pensado los presentes aquella noche, pero hoy, desde Buenos Aires, 35 años más tarde, veo la potencia de la escena y a mí también se me mueve el cuerpo.
Argentina ya había recuperado el color de la democracia, pero Chile todavía subsistía bajo los efectos de una dictadura gris que no los dejaba vivir como sus habitantes querían: Charly García era vanguardia musical en ambos lados de la cordillera. Pero supongo que mientras para los argentinos Charly ya era “parte de la religión”, para el público chileno se trataba de una bocanada de libertad, un poco de anarchy, y la rara sensación de que en Argentina el pasto crecía más verde, ese espejismo tan común y cambiante: hoy yo pienso lo mismo de Chile, aun con sus problemas y sus desigualdades.
El video sigue corriendo y Charly canta su primer gran éxito: Canción para mi muerte, de 1972. A los argentinos esa página de Sui Generis, nos remite a otro país, mucho más robusto que nuestro enclenque presente, pero bajo una dictadura militar que no iba a tardar en dar un paso al costado. De otro lado de las montañas, Salvador Allende gobernaba Chile con la legitimidad de los votos. Supongo que la frase con la que comenzaba aquella canción de Charly, “hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad”, nos hermana a todos de alguna manera. En pocos meses, se invertiría la ecuación política.
El tiempo pasó y hoy Charly García cumple 70 años. Nadie lo hubiera creído posible a mediados de los 90, y yo menos que cualquiera. La postal ya era diferente; Charly quería ser vanguardia pero lo que se veía era el peligro de un hombre caminando por la cornisa. Con ese puñal, jugaba. Lo vi bien de cerca y traté siempre de acercar sensatez, equilibrio y, cuando me fue posible, alejarlo del precipicio. Pero ese era el camino que él quería transitar en aquel momento, a diez años de aquel show en Chile, asustando a propios, extraños y extranjeros también.
En ese tiempo forzosamente tuve que acercarme a Charly García porque fui invitado por él a escribir su biografía, un proceso que insumió cuatro años y una relación que se prolongó durante más tiempo. Me citó en su sala de ensayo en 1993, me dio un abrazo y la bienvenida. No hubo negociaciones y de algún modo fue como si me sumara a su banda, no en calidad de músico sino como testigo que contemplaba las cosas fantásticas que le ocurrían. Algunas, mayoría tal vez, eran absolutamente lógicas, pero Charly las veía en forma conspirativa, impulsadas por mortales o por el destino.
Más temprano que tarde el remolino me arrastró y cuando me mudé a una cuadra de su departamento, en las emergencias era el que estaba más cerca y muchas veces el más sobrio. Y ahí es cuando las cosas fantásticas me sucedieron: fui su mánager (cuatro minutos), su confidente, su acompañante terapéutico, su baterista y su amigo. Conocí al hombre hasta lo más íntimo y estudié al artista hasta el infinito para escribir No Digas Nada, una leve variación de su Say No More.
Descubrí que si bien Charly amplifica alguno de sus notables dones naturales y empuja a interpretaciones erróneas, no deja de ser un humano con problemas como todos. Pero al habitar una suerte de súper estrellato sin la infraestructura que tienen las stars de Hollywood, se producía una distorsión que lo afectaba fuertemente. Y para modificar algunos acontecimientos, el escándalo le parecía el modo más contundente de llamar la atención. Se ponía en modo dictatorial y no dudaba en someter a quien le llevara la contraria. Una década más tarde cuando se recuperaba de un tratamiento de desintoxicación en la casa de campo de Palito Ortega, pude ver con más nitidez su humanidad, su timidez y hasta su calidez, cualidades opacadas por la velocidad de sus días en la década de los 90: diez años de filo constante y no pocas heridas.
El futuro es una cosa del pasado
Cuando Charly García hizo su aparición en el rock argentino con Nito Mestre en Sui Generis, sus pares lo miraban con la sorpresa con la que los chilenos deben haberlo observado cuando fue a dar sus primeros shows en los 80, aunque no con el mismo cariño.
Lejos del rock pesado de Pescado Rabioso, Pappo’s Blues o Billy Bond, Sui Generis ofrecía una música suave, cercana a lo naíf, pero con una profundidad que resonaba entre los adolescentes. Fue el primer grupo verdaderamente masivo dentro del rock argentino; sus melancólicas canciones siguen haciéndole compañía aun hoy a miles de jovencitos solitarios que se resisten a la cumbia y al trap. Charly no tenía un peso en esos comienzos y lo que ganó lo invirtió en teclados que pudieran hacerlo volar más alto: el público fue el que cortó en seco esas acrobacias pidiéndole que se estacionara en la simpleza primaria. Sui Generis se separó en 1975 en dos conciertos que dieron una misma noche y que convocaron a 26 mil personas, cifra que desconcertó a los periodistas de interés general, y marcaron un hito en el rock argentino.