Tiene miles de seguidores. Enzo Bruno Segovia llegó desde Corrientes a Rosario sólo con un bolso y trescientos pesos.
A Enzo Bruno Segovia le gusta tomar grandes desafíos. Hijo de una familia de tres hermanos de la villa Ongay, uno de los barrios más pobres de la capital de Corrientes, de niño caminaba una hora y media para llegar hasta la escuela. Aun así, logro terminar la secundaria y se propuso estudiar medicina. Con más deseos que certezas, llegó a Rosario con un bolso y trescientos pesos hace poco más de seis años. Comenzó a cursar el ciclo superior de la carrera de médico en la Universidad Nacional de Rosario. Y, mientras sueña con el día en que lo llamen doctor, mantiene una cuenta de Instagram con miles de seguidores donde publica videos explicativos de distintos temas de los primeros años del plan de estudios.
Falta apenas media hora para que en el enorme edificio de la facultad de Ciencias Médicas comience el examen final de nutrición. En el pasillo, una chica rubia de uñas pintadas espera con la vista clavada en el teléfono. Mira un video donde un joven de ambo azul explica en un pizarrón blanco cuál es la fórmula para calcular el índice de masa corporal, el indicador que permite conocer el peso indicado de una persona según su talla, altura y edad.
“Es uno de los primeros tutoriales que subí”, cuenta Bruno con una sonrisa cuando escucha la anécdota. Hace poco más de un año el estudiante de medicina abrió una cuenta en Instagram donde mezclaba memes graciosos ligados a la carrera con infografías y, finalmente, incluyó también videos explicativos de distintos temas médicos.
El perfil contenidomedico.enzobruno sumó en menos de 12 meses, 145 publicaciones y 13,1k de seguidores. Y los videos de cuatro minutos se convirtieron en un clásico de los pasillos de la facultad, en la previa a los exámenes.
Bruno no se considera un personaje extraño dentro del enorme edificio de Santa Fe al 3100, apenas una muestra de que con adecuadas políticas públicas se puede democratizar el acceso a estudios de nivel superior de jóvenes nacidos en contextos vulnerables. “Cuando vos te criás en una villa, todo te hace pensar que no vas a salir nunca de ahí. Al principio, cuando empecé a ir a la facultad con el guardapolvo sentía que me liberaba de lo que parecía ser un destino ya escrito”, recuerda.
Un largo camino
Hace unos tres meses, Bruno recibió una pregunta en su perfil de Instagram, le decían cómo hacía para trabajar y estudiar medicina. Entonces, se animó a contar su historia. “Yo nací y me crié en una de las villas más pobres de Corrientes”, comenzó a explicar en el video.
Si alguien ingresa en Google el nombre de barrio Ongay, el buscador devolverá inmediatamente repetidas crónicas de inundaciones. Para sus vecinos, cada lluvia era una amenaza, mi casa era de madera y techo de chapa cartón, y durante varias tormentas tuve que salir, subirme al techo y sentarme arriba de las chapas para que no se vuelen. Pasaba horas hasta que dejaba de llover, siempre la misma situación”, cuenta.
De niño, los días de semana comenzaban antes de las seis. A las 6.30, salía de su casa para empezar a caminar y llegar a las 8 a la escuela pública Nº 666 de Corrientes, donde los maestros le prestaban los primeros libros de matemática y biología, dos de sus materias preferidas.
“Crecí en ese ambiente, siempre me gustó la biologia, la química, resaltaba en el colegio en esas materias. Era un chico muy pobre, pero nunca dejé de ir al colegio, me gustaba ir al colegio y me gustaba la ciencia desde chiquito”, recuerda.
Y afirma que antes de empezar el secundario, ya había descubierto que la medicina era su vocación. “Pero todo lo que tenía alrededor gritaba que era imposible. Mis posibilidades económicas eran ínfimas comparadas con las de cualquier estudiante de medicina, mi propia familia me decía que me dedicara a otra cosa, porque estudiar en la universidad no era para mí”, dice.
Sin embargo, un preceptor del secundario confió en él y le consiguió una beca en uno de los institutos que preparan a los jóvenes para rendir los examenes de ingreso a la facultad de medicina de la Univesidad Nacional de Corrientes. Todos los días, durante seis meses, Bruno trabajaba como mozo hasta las siete de la mañana, una hora más tarde entraba al instituto para prepararse para el examen y, a las tres, empezaba el cursillo de ingreso en la facultad.
“Hice muchísimo esfuerzo y, aun así, quedé a tres puntos de poder ingresar a la carrera”, repasa. Pero no se dio por vencido, cortando pasto y hombreando bolsas en corralones logró reunir lo suficiente para comprar un pasaje hasta Rosario y, con un bolso y 300 pesos, llegó a la ciudad.
Después pasó varias noches durmiendo en la Terminal de Omnibus, semanas de recorrer pensiones, de buscar trabajos que le permitieran estudiar, de hacer malabares para conservar empleos y la condición de alumno regular en las materias.
“Los tres primeros años de la carrera los hice con la misma lucha. Algunos me preguntaban por qué insistía tanto. Y creo que aún no tengo respuesta. Creo que llegué a Rosario huyendo de mi situación de niño, de todo tipo de carencias y de violencias. Yo quería mostrar que podía ser estudiante de medicina, que no tenía nada que no tuvieran los otros chicos, a excepción de la parte económica”, afirma y remata: “Vengo mostrando en estos tres años que un chico de una villa puede acceder a una universidad pública y ser estudiante del ciclo superior”.
Actualmente, Enzo alquila una habitación pequeña y luminosa en la casa de un amigo en barrio Ludueña, trabaja cuidando adultos mayores y trata de buscar otro empleo que le ayude a cursar el próximo año de la carrera. Otro desafío, ya que los seminarios se dictan durante la mañana y por la tarde se realizan las prácticas hospitalarias.
Pero confía en su coraje. “Voy a poder hacerlo, yo amo estudiar, amo esta facultad de medicina que me abrió la puerta para estudiar, que me dio la posibilidad de ser un estudiante de medicina. Que me permitió decir, independientemente de dónde vengo, acá estoy”.
Las clases empiezan en dos semanas. Bruno estará allí. “Siempre encontré la forma, aunque parezca imposible”, dice con una sonrisa.
Una frase que consideró como “súper errada”
El 30 de mayo del año pasado, la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, dio una charla ante socios del Rotary Club. Allí tuvo una frase por lo menos polémica. “Todos los que estamos acá sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad”, dijo.
Bruno escuchó la noticia en la radio al día siguiente, mientras desayunaba para salir al trabajo.
“Me sentí decepcionado, me hizo mal, no pude evitar tomármelo como algo personal, sentí que me hablaban a mí. Es un mensaje súper errado”, recuerda.Y vuelve a agradecer a la Universidad Nacional de Rosario que le permitió estudiar “sin preguntar de dónde venía”. Según Bruno, en la facultad tuvo ” las puertas abiertas a una gran oportunidad, al no tener ingreso eliminatorio, encontré la posibilidad que siempre quise. Encontré amigos, compañeros, muy buenos docentes y profesionales. Puedo codearme con médicos, como los que yo quiero ser, puedo estar con algunos de los profesionales más reconocidos y respetados de la salud. En la facultad encontré lo que busqué siempre”.
Empleos
Según estadísticas de la UNR, de los 82 mil estudiantes que asisten a las facultades públicas, el 32 por ciento trabaja. En Ciencias Médicas, ese porcentaje es menor. Aun así, uno de cada cuatro jóvenes que cursan las carreras de medicina, fonoaudiología o enfermería tiene además un empleo.