El estrés y la ansiedad han sido reconocidos como causantes de modificaciones de la conducta alimentaria, aumentando la ingesta y alterando la composición de la dieta.
El estrés es una respuesta del organismo de carácter fisiológico ante un estímulo inespecífico (agente estresor), que puede ser externo o interno y que produce la secreción de hormonas en diversas partes del organismo. Dichas hormonas llamadas catecolaminas, afectan el comportamiento del individuo de un modo concreto produciendo efectos en relación a uno o varios agentes estresores. Se considera que existe estrés cuando un estímulo de carácter físico, químico, social o emocional, determina una alteración del funcionamiento armónico del organismo.
Esta condición representa un estado que sin ser patológico al principio, acaba siéndolo, debido a la suma de tensiones y sobrecargas musculares. Por la hiperactivación del sistema nervioso simpático, el cuerpo se va volviendo cada vez más sensible a estímulos menores que aun careciendo de capacidad de alterar la respuesta metabólica en condiciones normales, en una situación de hipersensibilidad acaban generando una respuesta excesiva.
Repetido indefinidamente, cualquier estímulo externo puede ser capaz de desencadenar un desequilibrio que se traduce en un aumento de la frecuencia cardíaca, aumento de la frecuencia respiratoria, elevación de la presión arterial, liberación de lípidos al torrente sanguíneo, entre muchas otras consecuencias.
En la actualidad, la ansiedad y el estrés son dos de los principales trastornos de conducta con mayor prevalencia en la población mundial. Hoy se observa que aproximadamente el 25-30% de las consultas médicas guardan relación con la ansiedad. Es padecida por más del doble de mujeres que hombres siendo las personas con edades comprendidas entre los 25 y 44 años quienes más la sufren. Además, el 68% de las pacientes con dicho diagnóstico presentan otro trastorno asociado.
Aquí observamos que estas personas dedican tanta energía a controlar sus señales biológicas que les quedan pocos recursos para enfrentarse a los problemas cotidianos. Por eso, cuando se estresan, pierden el control y si tienen comida a mano, la consumen. Además, están tan acostumbradas a no hacer caso a su cuerpo que ignoran o malinterpretan las señales relacionadas con la lucha o la huida.