La caída ante Independiente dejó al equipo frente a una situación de extrema urgencia con los promedios en la próxima temporada, en la que arrancará entre los más comprometidos en la lucha por la permanencia.
La indiferencia con la que los hinchas despidieron al equipo tras la derrota ante Independiente fue el ejemplo más cabal de las sensaciones que gobiernan hoy en Arroyito, con un Central que no sólo no contagia sino que no reacciona. Y ya es tarde para reacciones. Ahora, las respuestas que la situación amerita deberán llegar en la próxima temporada, cuando el canalla comience a jugar ya con la soga al cuello. Es que eso fue lo que dejó la caída de ayer en el Gigante, la reafirmación de un proceso futbolístico en clara decadencia, que llevó a que el equipo metiera los pies en el lodo de la lucha por la permanencia. Central ya tiene un horizonte claro en cuanto a objetivos. A lo que deberá hacerle frente es a la pelea por no descender. Así de simple. Así de contundente. Todo por una temporada en la que las respuestas brillaron por su ausencia, con Bauza primero, con Ferrari después y ahora con un Cocca que tampoco las encuentra (quizá por ello la rápida frase “muchas gracias, buenas tardes”, a los poquitos minutos de iniciada la conferencia en la que él debía responder por el pésimo partido del canalla) y que será el responsable máximo de hallarlas cuanto antes.
Hoy las sensaciones se mezclan en Arroyito. Hay lugar para la satisfacción porque el torneo llegó a su fin (“Es bueno que esto se haya terminado”, admitió Ortigoza), pero lo que rodea a eso y más peso tiene es la bronca y la angustia por saber que de aquí en más no habrá lugar para apuestas rutilantes. De hecho el canalla está sufriendo incluso la Copa Libertadores, a la que ya nadie parece prestarle atención. Sólo habrá lugar para el razonamiento de que el leit motiv será quedarse en la máxima categoría.
Parece una burla del destino, pero es la realidad que a Central le toca vivir. Era difícil imaginar que el equipo no pudiera soltar amarras después de haber tocado el cielo con las manos en aquella consagración en Copa Argentina. Sin ese peso sobre el lomo, lo que debía llegar era un salto de calidad futbolística para no emprender un viaje directo hacia el sufrimiento. Central demostró que todo es posible. La decadencia se fue haciendo carne en un equipo que comenzó a devorarse directores técnicos sin solución de continuidad. Y lo que se encendió fue el motor de un círculo vicioso entre malos resultados, despedidas de entrenadores, caída anímica y decisiones dirigenciales erróneas.
Resaltar todo lo malo que se hizo en esta temporada que acaba de finalizar no invalida el recuerdo de lo que fue el año anterior, con los procesos de Paolo Montero, Leo Fernández (de no haber sido por los puntos que cosechó el equipo bajo su conducción el canalla hubiera peleado por la permanencia en este campeonato) y José Antonio Chamot. Pero eso forma parte de un análisis mucho más global para el que habrá tiempo y del que los dirigentes deberán tomar la debida nota.
El presente es el que martiriza a Central. Y mientras eso sucede, el futuro golpea las puertas con una fuerza y una rudeza tal que muchos le temen. Claro que esos temores respecto a lo que vendrá tienen que ver con el pasado, con lo vivido hace pocos años y con lo que la enorme mayoría creyó no volver a toparse después de algunos años de protagonismo, buenas campañas y cercanía con algún que otro título.
Pero la rueda siguió girando y aquellos días de bonanza se fueron desvaneciendo y con ello se fue corriendo el telón para descubrir un nuevo escenario. Este plantel austero y sin demasiado aporte de pibes que puedan ensamblarse y encontrar sostén es parte de un proyecto futbolístico que, a la luz de los resultados, entró también en plena decadencia. Quizá una cosa haya llevado a la otra, pero a esta altura da igual y tal vez lo que menos importe sea encontrar la raíz del mal, que dicho sea de paso difícilmente haya una sola.
Central fue un fiasco en la Superliga que acaba de finalizar. No haber dado con el diagnóstico a tiempo y además no hallar los remedios correctos lo pusieron frente a un cuadro de situación extrema. Es cierto que hay un camino importante aún por recorrer, pero quedarse en ese razonamiento simple, conformista si se quiere, sería un error. Lo mejor que pueden hacer hoy en Arroyito es entender la situación que se avecina.
Ayer, con el gol de Ortigoza, de penal, los hinchas se enfervorizaron y cantaron por el clásico. Haber tenido un cruce con Newell’s por la Copa de la Superliga hubiera significado un triunfo canalla y la suma de tres puntos en los promedios que se vienen. Pero después de ese instante de locura, Central volvió a su estado natural, al que se acostumbró en el último tiempo. De allí a la consumación de la derrota hubo apenas un par se pasitos. Con eso se potenció la imagen de esa famosa tabla, que desde ayer ya da vueltas por todos lados, en la que las sumas, las divisiones y los decimales descubren su lado más hereje.
La Copa Argentina ya no está, la Copa de la Superliga no despierta gran interés y hasta la Libertadores hoy se toma más como una piedra en el zapato que otra cosa. Los cañones deben ser apuntados a un solo lado: la temporada que viene, la que el canalla arrancará otra vez con los pies en el barro.